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Los Angeles

" Los ángeles son a Dios lo que los rayos del sol, a éste.
Dios los creó para que estuvieran a nuestro servicio y nos atendieran.
Su razón de ser es contestar a nuestras oraciones.
Aunque vivamos en el mundo material ellos constituyen el vínculo especial que nos une a Él. Además, cada uno de nosotros tiene en su interior un fragmento de Dios, una chispa divina, que le permite acudir a los ángeles en busca de ayuda, ¡y esperar resultados! "

miércoles, 22 de febrero de 2017

Las ondinas de las cascadas y lagos




La ondina pertenece al elemento sutil del agua y, hasta donde llega mi experiencia, jamás se halla muy alejada de océanos, lagos, ríos y cascadas. Tiene forma claramente femenina, está siempre desnuda, por lo común carece de alas y sólo en raras ocasiones lleva alguna clase de adorno. Su forma, diminuta o de estatura humana, es arrebatadoramente bella, y sus movimientos están llenos de gracia. La cascada es uno de sus lugares favoritos y allí se la verá divertirse, a menudo con un grupo de espíritus del agua, disfrutando al máximo las fuerzas magnéticas de la cascada. Aparentemente, hay períodos durante los cuales la ondina se retira de la vida intensa y externa en la que se la encuentra con más frecuencia, y halla cierta calma y reposo en los abismos silenciosos y fríos debajo de las cascadas o en las extensiones más tranquilas de los ríos, al igual que en los lagos. Esta vida pacífica debajo de las aguas está en marcado contraste con la actividad y júbilo intensos que manifiesta en medio de las aguas que caen y de la espuma iluminada por el Sol. Los tres procesos fundamentales de la Naturaleza —la absorción, la asimilación y la descarga— están expresados plenamente en la vida exterior de la ondina; en verdad, puede decirse que esa vida consiste en una repetición continua de esos tres procesos. Apoyada en medio de la espuma, o en el centro de un torrente que corre hacia abajo, ella absorbe gradualmente la energía vital de la luz solar y del magnetismo de la cascada. Al llegar al límite de absorción, en un destello enceguecedor de luz y color, libera la energía con que se sobrecargó. En ese momento mágico de liberación, experimenta un éxtasis y una exaltación más allá de todo lo que es normalmente posible a los meros mortales que moran en la prisión de la carne. La expresión del rostro, y particularmente de los ojos, es bella, trascendiendo todo lo descriptible. El rostro expresa arrebatado júbilo y sensación de elevada vitalidad y poder, mientras sus ojos destellan con deslumbrante resplandor. Todo el porte, la forma perfecta y el brillante esplendor de la radiación áurica se combinan para producir una visión de belleza encantadora. Este estado es seguido de inmediato por otro de goce ensoñador, en el que la conciencia se retira en gran medida del mundo físico y de su contraparte etérica, centrándose en el mundo astral. El cuerpo etérico de la ondina se torna vago e indefinido durante ese lapso hasta que luego de disfrutar y asimilar toda la experiencia, reaparece, repitiéndose el proceso triple. Después de un tiempo retorna a la quietud de los abismos del agua.

Las ondinas en una cascada

Estas hadas del agua parecen graciosas jovencitas, están enteramente desnudas y probablemente son de ocho a doce pulgadas (20,32 - 30,48 cm) de alto. Su largo "cabello" corre detrás de ellas y llevan un adorno que parece una guirnalda de florecillas en torno a sus frentes. Juegan dentro y fuera de la cascada, atravesándola velozmente desde diferentes direcciones, llamando todo el tiempo con tonos extraños que no son de esta Tierra. La voz es infinitamente remota y me llega débilmente, como el reclamo de un pastor a través de un valle alpino. Es un complejo sonido vocal, pero todavía no puedo nombrar con facilidad la serie de vocales de que está compuesto. Las ondinas pueden nadar contra la corriente o permanecer inmóviles dentro de ella, pero por lo general juegan y la cruzan raudamente. Cuando las nubes desaparecen de la faz del Sol y la cascada se torna de nuevo brillantemente iluminada por aquél, aparecen para experimentar un júbilo adicional; el lempo de sus movimientos entonces se acelera y su canto se torna más libre. La representación más aproximada de su canto que puedo dar es con las vocales e, o, u, a, i, en un tono largo y quejumbroso que terminan en seductora cadencia. Hay entre ocho y doce ondinas de variadas alturas que juegan en esta cascada; las más altas son de unas doce pulgadas (30,48cm) de altura. Algunas tienen auras rosadas, otras, verdes, y el contacto más cercano que ahora logro me muestra qué criaturas extremadamente bellas son, y al mismo tiempo cuán cabalmente remotas respecto de la familia humana. Sus cuerpos etéricos entran en las grandes rocas y salen de éstas al costado de la cascada sin experimentar obstrucción alguna. Soy absolutamente incapaz de atraer su atención o de influir sobre ellas de modo alguno. Algunas pasan debajo del agua en el lecho al pie de la cascada, y aparecen ocasionalmente entre la arremolinada espuma. La guirnalda, a la que hice referencia, es luminosa y forma parte, aparentemente, de sus auras.

El espiritu que preside una cascada

Estoy en una enramada de helechos y rocas, en una verdadera región "feérica", cerca de una cascada, en el Distrito de Los Lagos, en Inglaterra. La ondina de esta cascada parece una jovencita alta y graciosa, desnuda y de singular belleza. Difiere en algunas características de las ondinas antes observadas pues es más alta, tiene inteligencia más altamente desarrollada y las fuerzas áuricas fluyen detrás de ella en forma de alas, al igual que para todos lados. Parece animar las rocas, los árboles, los - 113 - helechos y los musgos, además de la cascada y los charcos. Al verla por primera vez, saltó de la sólida roca —una figura maravillosamente bella— y permaneció por un momento apoyada en el aire, después de lo cual la forma etérica desapareció. Repitió este procedimiento varias veces pero su presencia, etéricamente visible o no, continuó sintiéndose claramente. Toda su forma es suavemente rosada. El "cabello" es rubio y brillante, la frente ancha, los rasgos están bellamente modelados, los ojos son grandes y luminosos y, si bien su expresión tiene algo del espíritu de lo salvaje, su mirada no alberga maldad. Las alas áuricas son pequeñas en proporción con el cuerpo y con seguridad serían inadecuadas para volar, si tal hubiese sido su finalidad; son también de un matiz rosado brillante. Más sorprendentemente aún que la forma es la aureola estilo arco-iris que la rodea, como a veces un halo suele rodear a la Luna. Esta aura es de forma casi esférica y consiste en coloridas esferas concéntricas, dispuestas de manera pareja, y en movimiento demasiado rápido como para describirlas detalladamente. Parecerían que contuviesen todos los colores del espectro en sus matices más pálidos, predominando el rosa, el verde y el azul. Algunas esferas coloridas están delineadas con fuego dorado y más allá del borde exterior hay un reluciente resplandor de color blanco perlado que añade belleza a la aureola ya la hermosa forma interior. Sobre la cabeza, un poderoso fluido ascendente de fuerza interpenetra al aura en una radiación en forma de pantalla. Esta parece proceder de un punto en medio de la cabeza, donde hay un brillante centro dorado, levemente debajo del nivel de los ojos y a igual distancia de ambos. Toda la región de la cascada vibra con su vida.

Los espiritus de los lagos

En diferentes partes de la superficie del Lago Thirlmere, que está debajo de nosotros, se verán cantidades de espíritus naturales del elemento del agua que pasan  rasantes sobre la superficie, generalmente a una altura de unos seis u ocho pies (1,829 - 2,438 m), pero elevándose a veces mucho más alto. Aunque habitualmente permanecen sobre el agua, efectúan ocasionalmente vuelos sobre los campos. Se parecen algo a pájaros grandes y blancos que vuelan a gran velocidad. A esta distancia no puedo determinar una forma clara, pues asumen y desechan con gran rapidez muchas formas diferentes, que parecen aves. El aura sugiere permanentemente una formación como de ala, y a veces la semejanza de un rostro y una cabeza humanos.




martes, 14 de febrero de 2017

Como crean las flores los elementales


En el meollo de cada semilla existe un centro vivo que contiene los resultados almacenados de la estación anterior como posibilidad vibratoria. El despertar estacional o agitación en pos de la vida en un sueño apropiado produce un equivalente sutil del "sonido". Este "sonido" es entonces "oído" en las regiones elementales que rodean su fuente y los constructores espirituales de la naturaleza responden al llamado. Cada tipo de crecimiento - tallo, brote, hoja y flor- tiene su propia nota o convocatoria, a la que responde el constructor apropiado. Como el sonido mismo tiene un efecto productor de forma, es el medio por el cual la forma arquetípica de la planta, latente en la semilla y en las mentes de un orden superior de los espíritus naturales, es proyectado hasta el nivel etérico como forma según un modelo. Algunos de los resultados de esta convocatoria vibratoria de la semilla son:

1. Separar y aislar la atmósfera alrededor de la semilla. 

2. Poner la materia dentro del espacio aislado que vibra en la tasa requerida, y especializar- la en su presteza para la labor de los constructores espirituales de la naturaleza. 
3. Convocar a los constructores que, al entrar en la esfera especializada, son entonces capaces de materializarse debajo, en el nivel en el que han de trabajar. 
4. Ayudar a modelar un patrón etérico o molde de la planta como guía o infraestructura, lista para los constructores. 

Surgen diferente "células" vibratorias, pues tallo, brote, hoja , flor tienen a su vez que ser construidos y los constructores correspondientes llegan para trabajar en su tarea apropiada. El sonido sutil parece irradiarse no sólo desde el centro vital de la semilla sino también de toda célula embrional a medida que cada cual se desarrolla. El constructor correspondiente a esa célula absorbe el material requerido -el que responde a la misma vibración que él y la célula que está construyendo- y lo transforma cambiándolo de material libre en material especializado. Esta sustancia pasa entonces a la célula desde la que es proferido el sonido, construyéndose dentro del modelo etérico. De esa manera, la célula se nutre y agranda gradualmente lasta alcanzar su límite apropiado, cuando se divide, repitiéndose el proceso. Mientras el material está en estrecha asociación con el constructor, es no sólo especializado para adecuarlo a la célula que crece sino también coloreado por la tasa vibratoria del diminuto espíritu natural respectivo. Al examinar bulbos que crecían en macetas, he visto grandes cantidades de estas microscópicas criaturas etéricas que se mueven en y alrededor de las plantas que crecen. En el nivel etérico son visibles como puntos luminosos que actúan en torno del tallo y que entran y salen del bulbo. Absorben materia de la atmósfera circundante, que depositan al reingresar en los tejidos, y este proceso prosigue continuamente hasta que la planta creció por completo. Las criaturas están por entero absortas en su labor pero lo suficientemente conscientes de sí como para experimentar materia, se agrandan y parecen esferas de color violeta pálido o lila, de unas dos pulgadas (5,08 cm) de diámetro. Luego de expandirse al máximo tamaño de que son capaces, vuelven, y como se dijo antes, reingresan en la planta, en la que descargan la materia y la fuerza vital que 39 absorbieron.
Además de esto, puede verse que las mismas plantas reciben directamente cierta cantidad de sustancia de la atmósfera. Asimismo, hay un efluvio natural de energía vital desde las plantas semicrecidas hasta unos dos pies (0,610 m) por encima y en todo su contorno, y sobre la que las demás criaturas diminutas juegan y danzan. Los constructores espirituales de la naturaleza no se limitan a trabajar en una sola planta o maceta; pues cuando las macetas están cercanas ente sí, pasan rápidamente de una a la otra. Los bulbos mismos dan la impresión de ser pequeñas centrales energéticas, cargada cada una con fuerzas poderosas. El color etérico del bulbo al crecer es violeta-rosado, con una luz más intensa en el centro, de la que surge una corriente etérica que fluye hacia arriba, llevando consigo, a paso más lento, humedad y alimento físicos. Cada cambio de estructura y color reclama otro grupo de constructores, y cuando empieza a formarse el bulbo, entra en escena un apropiado orden de espíritus naturales. Cuando empieza a ser construida la flor, aparecen las hadas apropiadas, y estas son responsables de todo el colorido y estructura del pimpollo. Las hadas de las flores son suficientemente conscientes de su labor especial como para sentir agudo placer en su realización. Permanecen en estrecha asistencia a medida que se desarrolla cada brote y cada pétalo, y parecen apreciar la admiración humana por los resultados de sus faenas. Cuando las flores son cortadas, las hadas constructoras pueden acompañarlas y estar con ellas algunas horas. Para cuando la flor está totalmente desarrollada, resuena con plenitud el acorde creador o "Palabra" de la planta. Entonces están presentes y trabajan todos los espíritus naturales apropiados. De modo parecido, en la Naturaleza por doquier, todas las sustancias y formas deben su existencia a la "Palabra" creadora, siempre pronunciada, y a la actividad de los espíritus naturales y de los dioses. Al observar las variadas formas de la Naturaleza, sus metales y sus gemas, sus flores árboles, sus colinas y cordilleras, contemplamos ciertamente no sólo las auras materializadas de los Dioses sino también, si con total reverencia pudiese decirse así, al Dios Mismo. Pues la Naturaleza no es sino Dios revelado, el sueño de Dios manifestado por la expresión continua de Su “Palabra”, el canto de Su Nombre poderoso, y el misterio incesante, constructivo y embellecedor de los Dioses mayores y menores. Con estos, e indudablemente con muchos otros medios, El introduce en la existencia de los seres y a todas las cosas, sosteniéndolas al derramar el sacrificio perpetuo de Su Vida.


sábado, 4 de febrero de 2017

¿Qué antigüedad registrada tienen los Elementales?


Según las enseñanzas esotéricas, son más viejos aún que el hombre mismo sobre la Tierra. Ellos –habitantes, guardianes y consustanciados con los Elementos– existen como formas manifestadas desde que el mundo existe. Cuando este era tan solo una masa de gases radioactivos y materia incandescente, los Elementales del Fuego lo custodiaron; al aparecer los gases estables en su composición química y la época de los grandes vientos, los Elementales del Aire cuidaron de que la evolución de esos incipientes gases y su estratificación sobre la recién consolidada corteza terrestre, se volviese cada vez más apta para las formas de vida física que estaban planeadas. Cuando los gases se hicieron pesados y se precipitaron como las primeras aguas y estas cubrieron la casi totalidad del planeta, dando lugar a las primeras formas realmente materiales de vida, los Elementales del Agua trabajaron y fueron modificando el primitivo aspecto del líquido elemento, en aquel entonces fuertemente sobrecargado de materias pesadas en suspensión, cosa que le daba una característica casi coloidal en los asentamientos, mientras que las altas olas rozaban con sus espumas aún no blancas las nubes bajas y compactas. Más tarde, como inmensas tortugas aletargadas, surgieron los escudos continentales, y sobre ellos velaron los Elementales de la Tierra dándoles características de fertilidad y ayudando a la enorme población forestal, que posibilitó formas de vida superiores y la plasmación de la Humanidad misma. Cada cosa en el universo tiene su Espíritu Guardián. El planeta también lo tenía y a él obedecían las jerarquías de los Espíritus de la Naturaleza cuando empezaron los días y las noches. Aún lo tiene y lo tendrá hasta su desaparición. Es el Dyan-Chohan del Libro tibetano de Dzyan, el Alma Resplandeciente que rige la Tierra, o el Anima Mundi de los latinos (pues anima y mueve, y no hay que confundirlo con el espíritu o ego planetario del cual la Tierra física sería el cuerpo) Este conocimiento es milenario y no sabemos cuándo empezó. Desde el mencionado libro tibetano hasta todas las demás referencias de la Antigüedad nos hablan de estos procesos que a la sombra de nuestra alienación científica pueden parecernos cuentos para no dormir. Pero los Elementales, como esos que siendo pequeños y débiles pueden entrar en relación con los hombres, también llenan los libros viejos. Desde Súmer hasta Egipto y desde China hasta lo poco que sabemos de las culturas de América y del África negra, pasando por Polinesia y los habitantes de las zonas cercanas a los polos, y llegando a los siglos que nos precedieron en la civilización de Europa, los Espíritus de la Naturaleza tienen papel relevante en aquellas formas de vivir menos contaminadas y más naturales. Narraciones sobre genios, gnomos, ondinas, elfos y toda la extensa gama de Elementales llenan la Historia de la Humanidad de tal manera que sin ellos no sería igual su desarrollo ni su narración, como podemos comprobar desde el mito de Enkidu y Gilgamesh, pasando por la Odisea homérica, las sagas de Arturo y Merlín, hasta los que enseñaron a danzar a Isadora Duncan e inspiraron los vidrios de Gallé. Hasta hace muy poco, sus representaciones adornaron las proas de los navíos, y aún tienen cientos de estatuas en el mundo, bien en los parques, bien sobre las rocas que dan al mar. Las abuelas (en el tiempo en que los niños eran niños, los adultos, adultos y los ancianos, ancianos, bien estuviesen en posesión de títulos universitarios, de nobleza, o fuesen analfabetas) contaban a sus nietecitos, sobre los Espíritus de la Naturaleza,deliciosos cuentos donde los personajes eran ondinas, gnomos, hadas, elfos, de los que se describían características de forma y de vida, prodigios y apariciones. La misma creencia católica en un ángel de la guarda, que cuida a las criaturas hasta que cumplen los siete años, tiene raíces mucho más antiguas que el propio cristianismo, y desde la Arcadia hasta América todos creían que los niños, por su pureza y fragilidad, tenían un Espíritu Guardián que les evitaba muchos accidentes y protegía de las fieras, dándoles asimismo orientaciones para volver a sus casas cuando estaban perdidos. Lo más curioso de todo esto es que, en pueblos tan disímiles, los Espíritus de la Naturaleza se representan de manera semejante en sus distintas interpretaciones artísticas. En la tradición se habla de los mismos seres Elementales en la Europa Central del siglo XV que en el corazón de la India del segundo milenio a.C. Si tenemos en cuenta que muchos de estos grupos humanos no se conocían ni sospechaban su mutua existencia, el que hayan tenido tantos puntos de coincidencia en la descripción de los Elementales, nos lleva a márgenes que rebasan toda posible casualidad. Es evidente que todos vieron las mismas o muy parecidas cosas y que obraban de iguales maneras. Se los atraía, se los conjuraba, se los repelía o se los temía... pero siempre del mismo modo. Esto reafirma que estaban, diferentes pueblos, ante un mismo tipo de fenómeno y que por lógica unicidad humana lo trataban de parecida forma. Como ante un río todos hicieron puentes más o menos sofisticados, pero puentes al fin. Y si todos los pueblos antiguos han hablado de los ríos y de los puentes que construyeron sobre ellos, es evidente que los ríos eran una presencia real. Lo mismo vale para los Elementales que eran para todos los pueblos antiguos una presencia real, que llega hasta nuestros días a través del folklore y los viejos tratados.


jueves, 2 de febrero de 2017

Gnomos, hadas y enanos : elementales de la Tierra


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Denominación extraída del griego genomos, o «el que vive dentro de la tierra». La variedad de estos Espíritus de los elementos es, como en todos los demás, tan grande que abarca desde ciertos monstruos (que así podríamos llamarlos basándonos en el latín, en el sentido de "prodigios" o "alteraciones de lo normal", y siendo para ellos la tierra sólida el ámbito en el que se mueven, como para los humanos lo es el aire, no encuentran otra resistencia en las más duras rocas, que nosotros ante las ráfagas de viento), hasta los pequeños enanos que refleja el folclore de todos los pueblos. De los primeros podemos decir que están en continuo movimiento, en expansión y retracción, pudiendo alcanzar tamaños semejantes al de los más grandes mamíferos conocidos. Los segundos, de aspecto humanoide, no suelen levantar del suelo más de un par de palmos. Estos últimos son los más conocidos: enanos u hombrecillos inocentes, bondadosos y crueles como los niños. Carecen de toda conciencia ética y no podríamos decir de ellos que son buenos ni malos. Traviesos por naturaleza, gustan de burlarse de quienes los buscan torpemente y son, en cambio, sumisos servidores de los verdaderos magos. Aunque los tiene que haber de ambos sexos, ni las narraciones ni mi propia observación registran hembras. El aspecto suele aparentar una edad madura, aunque no representa lo que nosotros llamamos edad, pues viven siglos y no conocen, como nosotros, los estados de niñez, madurez y vejez. Sus apariencias son siempre las mismas. Salvo la cabeza, grande en relación al cuerpo como en el caso de los enanos humanos, son bien proporcionados. Van siempre vestidos y parece ser que, sobre un patrón de ropa a la manera campesina, copian las modas humanas que les son contemporáneas cuando nacen, y así las guardan todos los siglos que duran sus vidas. No existe apariencia de desgaste en dichas ropas, aunque no dan la sensación de ser nuevas sino arrugadas y ajadas como si fuesen muy viejas, pero indestructibles. Aun en los mayores grados de materialización, obtenidos tan solo en condiciones especiales y en lugares no frecuentados por los humanos, no emiten sonidos ni los perciben. Huyen del Sol y aman la luz de la Luna, de los pequeños candiles y de las luciérnagas. Apacibles, suelen estar mucho tiempo inmóviles. Los hay no mayores que la altura de un puño, no más altos que un pulgar, como dicen los cuentos para niños. Estos son muy difíciles de percibir por los adultos, aunque ellos han de creer todo lo contrario, pues en presencia o cercanía de los humanos se esconden tras las cosas, en los rincones menos iluminados o, aprovechando su poder de pasar a través de la materia, en los cajones de los muebles que no han sido abiertos en mucho tiempo. Gustan de la cercanía de los niños y les sugieren lugares y posiciones para sus juguetes, bailes y cantos, corros y juegos de escondites. Traviesos, hacen encantamientos psíquicos que evitan a los adultos el hallar pequeñas cosas como lapiceros, gafas, agujas, clavos. Retirado el velo, se divierten viendo cómo se encuentran las cosas perdidas, a veces en lugares distintos a los que estaban, lo que presupone en ellos una cierta posibilidad de traslación, aunque es mucho más corriente que sus propios encantamientos, unidos a los desconciertos, angustias y apuros que provocan sus travesuras en los humanos, hagan que sean las mismas personas las que llevan el objeto en la mano y lo colocan en otras partes sin ser conscientes de ello. En las épocas de las corporaciones laborales, cuando el hombre no había automatizado su posibilidad de trabajo y cuando ponía verdadero interés en él –tal cual lo vuelven a poner los artesanos– los pequeños gnomos eran sus invisibles compañeros de taller, sus ayudantes de tareas. En casos excepcionales, algunos ocultistas lograron con su magia hacer trabajar ejércitos de gnomos, materializados, por lo menos en parte, en su auxilio; pero tal tipo de trabajos forzados desagradan a los Elementales, los que gustan de tener cierta iniciativa, que es un equivalente al juego o diversión. También se han registrado en Oriente una variedad de gnomos, o simplemente mutaciones de los mismos, que llegan a tener una apariencia humana normal y que ayudan a los viajeros en los caminos, pueden hablar y dar consejos, aunque no comen ni duermen como los humanos y tampoco envejecen. En estos casos están siempre solos y son confundidos con monjes. La misma versión la encontramos en la antigua Grecia, pues los monakhós eran los emisarios de Hermes que, en las encrucijadas de los caminos, tenían sus escondrijos y cuidaban las primitivas ermitas. Se decía de ellos que no comían ni amaban, ni hablaban casi, prefiriendo hacerse entender por señales. La tradición quiere que tuviesen algo en su anatomía diferente a la de los humanos: las puntas de las orejas, lo que los emparentaba con otro tipo de Elementales de los bosques que luego fueron llamados silvanos. El típico gorro de Hermes servía para ocultar esta anormalidad, que muchas veces fue relacionada con el mito del rey con orejas de burro y dotado de poderes parapsicológicos, como Midas. Los gnomos u hombrecillos pueden, si lo desean, trasladarse con enorme velocidad y estar instantáneamente donde quieren estar. Y así, hacen pequeños servicios a los magos que están en relación de trabajo con ellos, como avisos a base de ligeros golpes dados en muebles, y otros que veremos más adelante. A pesar de no tener un alma en grado de diferenciación como la humana, logran la apariencia de ella bajo la influencia de un ocultista práctico que pueda comunicarse efectivamente con ellos. Las hadas son, asimismo, Elementales de la Tierra, aunque sus múltiples variedades y la tradición literaria y popular las exalta de tal manera que, en numerosos países, la denominación es sinónimo de hechicera o maga, como en la versión de la Baja Edad Media y la renacentista del mito de Merlín en la saga de Arturo, en donde Morgana aparece como un hada. De apariencia similar a la humana, sus tamaños varían entre el diminuto y el de una persona normal. Regidas, asimismo, por la Luna, gustan de reunirse en lugares alejados de toda presencia humana y bailar en círculos en los prados circundados de bosques. La especial forma de reproducción de las setas, que configura una expansión de la especie en forma de anillo, ha emparentado estos vegetales, en la tradición popular, con los círculos de la hadas. Es que, ciertamente, son las hadas muy expertas en el conocimiento de las virtudes ocultas de las plantas y de los minerales. Hábiles en encantamientos, magias y hechicerías, inspiran a los curadores naturales sus extrañas y a la vez rudas artes, en donde se mezcla la intuición con el recuerdo mutilado de una ciencia perdida. Cierta variedad está estrechamente ligada a los humanos, y en las viejas monarquías solían dar a los recién nacidos sus regalos en forma de bendiciones, o de maldiciones si había circunstancias negativas de por medio. Gustan de los niños en general, sugiriéndoles juegos y protegiéndolos de los peligros, e inspirándoles telepáticamente las acciones que los preserven vivos y alegres. Son atraídas por las golosinas y dulces, cuyo perfume y doble las tienta a soportar la, para ellas no siempre grata, compañía humana. Gustan de los sonidos armónicos y de las figuras geométricas circulares. De aspecto femenino, no conozco si las hay varones. No son las contrapartes femeninas de los gnomos, como vulgarmente se cree, pues sus características y naturalezas son distintas y se ignoran los unos a los otros, como pasa con animales de diferentes especies.