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Los Angeles

" Los ángeles son a Dios lo que los rayos del sol, a éste.
Dios los creó para que estuvieran a nuestro servicio y nos atendieran.
Su razón de ser es contestar a nuestras oraciones.
Aunque vivamos en el mundo material ellos constituyen el vínculo especial que nos une a Él. Además, cada uno de nosotros tiene en su interior un fragmento de Dios, una chispa divina, que le permite acudir a los ángeles en busca de ayuda, ¡y esperar resultados! "

sábado, 10 de junio de 2017

Las Silfides



Vamos a considerar ahora el tipo superior del reino de los espíritus de la naturaleza, o sea la etapa en que convergen las líneas de desenvolvimiento de las hadas de tierra y mar. Son las sílfides o espíritus del aire muy superiores a los tipos que hemos tratado hasta ahora, pues ya se han desprendido de materia física y su vehículo inferior es el astral. Aventajan mucho en inteligencia a las clases
etéreas e igualan a la generalidad de los hombres, aunque todavía no están permanentemente individualizadas.
Por estar tan evolucionados estos seres pueden comprender acerca de la vida mucho más que los animales al separarse de su alma grupal, y así ocurre que conocen que les falta la individualidad y anhelan ardientemente lograrla. Esta es la verdad subyacente que en las tradiciones populares que representan a los espíritus de la naturaleza anhelosos de poseer un alma inmortal.
El procedimiento que ordinariamente siguen para este logro consiste en relacionarse por el trato y el amor con los Devas o ángeles astrales que constituyen el grado de evolución inmediatamente superior.
Un animal domestico, como el perro o el gato, progresa por el desarrollo de su inteligencia y de sus afectos mediante el intimo contacto con su dueño. No sólo le mueve su amor al dueño a determinados esfuerzos para comprenderle, sino que las vibraciones del cuerpo mental del dueño influyen de continuo en su rudimentaria mente, que poco a poco aumenta en actividad, al propio tiempo que el afecto de su amo despierta en su cuerpo astral siempre crecientes emociones.
El hombre puede o no amaestrar al animal, pero en todo caso, aun sin deliberado esfuerzo, la íntima relación entre ambos favorece el progreso evolutivo del inferior. Con el tiempo, el desenvolvimiento del animal llega a un nivel en que es capaz de recibir la tercera Oleada o, mejor dicho, Efusión de Vida, que lo individualiza separándolo definitivamente de su alma grupal.
Ahora bien, esto es exactamente lo que ocurre entre el Deva astral y la sílfide, con la sola diferencia de que lo efectúan de más inteligente y eficaz manera. Ni un hombre entre mil sabe nada acerca de la verdadera evolución de su perro o de su gato ni mucho menos comprende el animal las posibilidades que le aguardan. Pero el Deva conoce claramente el plan de evolución y en muchos casos también sabe la sílfide lo que le conviene, y en consecuencia obra inteligentemente para lograrlo.
As es que cada Deva astral tiene adictas varias sílfides a quienes enseña y de él aprenden, intercambiándose sus afectos.
Muchos de estos Devas astrales sirven de agentes a los devarrajas en la distribución del karma, y así ocurre que las sílfides suelen ser agentes subalternos de esta obra, adquiriendo sin duda copiosos conocimientos, mientras ejecutan la labor asignada.
El Adepto sabe cómo utilizar los servicios de los espíritus de la naturaleza cuando de ellos necesita, y hay no pocos asuntos que les pueden confiar. En el número de Broad Views, correspondiente a febrero de 1907, se publicó un admirable relato de la ingeniosa manera en que un espíritu de la naturaleza desempeñó una comisión que le había confiado un Adepto.
Se le encargó que distrajese a un inválido enfermo de gripe, y durante cinco días el espíritu entretuvo con curiosas e interesantes visiones cuyo feliz resultado, según confesión del mismo enfermo, fue “alegrar los días que en ordinarias circunstancias hubieran sido de insufrible tedio”.
Le mostró el espíritu de la naturaleza una desconcertante variedad de escenas en que aparecía el interior de semovientes rocas con diversidad de seres en ellas.
También le mostró montañas, bosques, senderos y edificios de soberbia arquitectura, columnas corintias, estatuas, bóvedas y maravillosas flores entre palmas que ondeaban como mecidas por la brisa. Con los objetos del aposento componía una escena de mágica transmutación, y en verdad que de la curiosa índole del solaz proporcionado podía colegirse la especie de espíritu de la naturaleza empleado en tan caritativa obra.
Los magos orientales procuran a veces obtener la ayuda de los superiores espíritus de la naturaleza para sus operaciones; pero este empeño no está exento de peligros.
Al efecto han de valerse de la invocación o de la evocación. La invocación consiste en atraer al espíritu con súplicas y concertar el asunto con él. La evocación estriba en actualizar influencias que muevan al espíritu a obedecerle. Si fracasa en el intento se expone a provocar la hostilidad con riesgo de inutilizarlo prematuramente o por lo menos lo colocará en situación desairada y ridícula.
Hay muchas variedades de sílfides que difieren en poder, inteligencia, aspecto y costumbres. Desde luego que no están tan contraídas a determinada localidad como las clases ya descritas, aunque también parecen reconocer los límites de diversas zonas de altitud, pues unas variedades flotan siempre cerca de la superficie terrestre, mientras que otras veces se acercan a ella. Por regla general comparten la común repugnancia por la vecindad del hombro y sus inquietos deseos; pero hay ocasiones en que soportan esta molestia a cambio de diversión o de lisonja.