Según las enseñanzas esotéricas, son más viejos aún que el hombre mismo sobre la Tierra. Ellos –habitantes, guardianes y consustanciados con los Elementos– existen como formas manifestadas desde que el mundo existe. Cuando este era tan solo una masa de gases radioactivos y materia incandescente, los Elementales del Fuego lo custodiaron; al aparecer los gases estables en su composición química y la época de los grandes vientos, los Elementales del Aire cuidaron de que la evolución de esos incipientes gases y su estratificación sobre la recién consolidada corteza terrestre, se volviese cada vez más apta para las formas de vida física que estaban planeadas. Cuando los gases se hicieron pesados y se precipitaron como las primeras aguas y estas cubrieron la casi totalidad del planeta, dando lugar a las primeras formas realmente materiales de vida, los Elementales del Agua trabajaron y fueron modificando el primitivo aspecto del líquido elemento, en aquel entonces fuertemente sobrecargado de materias pesadas en suspensión, cosa que le daba una característica casi coloidal en los asentamientos, mientras que las altas olas rozaban con sus espumas aún no blancas las nubes bajas y compactas. Más tarde, como inmensas tortugas aletargadas, surgieron los escudos continentales, y sobre ellos velaron los Elementales de la Tierra dándoles características de fertilidad y ayudando a la enorme población forestal, que posibilitó formas de vida superiores y la plasmación de la Humanidad misma. Cada cosa en el universo tiene su Espíritu Guardián. El planeta también lo tenía y a él obedecían las jerarquías de los Espíritus de la Naturaleza cuando empezaron los días y las noches. Aún lo tiene y lo tendrá hasta su desaparición. Es el Dyan-Chohan del Libro tibetano de Dzyan, el Alma Resplandeciente que rige la Tierra, o el Anima Mundi de los latinos (pues anima y mueve, y no hay que confundirlo con el espíritu o ego planetario del cual la Tierra física sería el cuerpo) Este conocimiento es milenario y no sabemos cuándo empezó. Desde el mencionado libro tibetano hasta todas las demás referencias de la Antigüedad nos hablan de estos procesos que a la sombra de nuestra alienación científica pueden parecernos cuentos para no dormir. Pero los Elementales, como esos que siendo pequeños y débiles pueden entrar en relación con los hombres, también llenan los libros viejos. Desde Súmer hasta Egipto y desde China hasta lo poco que sabemos de las culturas de América y del África negra, pasando por Polinesia y los habitantes de las zonas cercanas a los polos, y llegando a los siglos que nos precedieron en la civilización de Europa, los Espíritus de la Naturaleza tienen papel relevante en aquellas formas de vivir menos contaminadas y más naturales. Narraciones sobre genios, gnomos, ondinas, elfos y toda la extensa gama de Elementales llenan la Historia de la Humanidad de tal manera que sin ellos no sería igual su desarrollo ni su narración, como podemos comprobar desde el mito de Enkidu y Gilgamesh, pasando por la Odisea homérica, las sagas de Arturo y Merlín, hasta los que enseñaron a danzar a Isadora Duncan e inspiraron los vidrios de Gallé. Hasta hace muy poco, sus representaciones adornaron las proas de los navíos, y aún tienen cientos de estatuas en el mundo, bien en los parques, bien sobre las rocas que dan al mar. Las abuelas (en el tiempo en que los niños eran niños, los adultos, adultos y los ancianos, ancianos, bien estuviesen en posesión de títulos universitarios, de nobleza, o fuesen analfabetas) contaban a sus nietecitos, sobre los Espíritus de la Naturaleza,deliciosos cuentos donde los personajes eran ondinas, gnomos, hadas, elfos, de los que se describían características de forma y de vida, prodigios y apariciones. La misma creencia católica en un ángel de la guarda, que cuida a las criaturas hasta que cumplen los siete años, tiene raíces mucho más antiguas que el propio cristianismo, y desde la Arcadia hasta América todos creían que los niños, por su pureza y fragilidad, tenían un Espíritu Guardián que les evitaba muchos accidentes y protegía de las fieras, dándoles asimismo orientaciones para volver a sus casas cuando estaban perdidos. Lo más curioso de todo esto es que, en pueblos tan disímiles, los Espíritus de la Naturaleza se representan de manera semejante en sus distintas interpretaciones artísticas. En la tradición se habla de los mismos seres Elementales en la Europa Central del siglo XV que en el corazón de la India del segundo milenio a.C. Si tenemos en cuenta que muchos de estos grupos humanos no se conocían ni sospechaban su mutua existencia, el que hayan tenido tantos puntos de coincidencia en la descripción de los Elementales, nos lleva a márgenes que rebasan toda posible casualidad. Es evidente que todos vieron las mismas o muy parecidas cosas y que obraban de iguales maneras. Se los atraía, se los conjuraba, se los repelía o se los temía... pero siempre del mismo modo. Esto reafirma que estaban, diferentes pueblos, ante un mismo tipo de fenómeno y que por lógica unicidad humana lo trataban de parecida forma. Como ante un río todos hicieron puentes más o menos sofisticados, pero puentes al fin. Y si todos los pueblos antiguos han hablado de los ríos y de los puentes que construyeron sobre ellos, es evidente que los ríos eran una presencia real. Lo mismo vale para los Elementales que eran para todos los pueblos antiguos una presencia real, que llega hasta nuestros días a través del folklore y los viejos tratados.
Los Angeles
" Los ángeles son a Dios lo que los rayos del sol, a éste.
Dios los creó para que estuvieran a nuestro servicio y nos atendieran.
Su razón de ser es contestar a nuestras oraciones.
Aunque vivamos en el mundo material ellos constituyen el vínculo especial que nos une a Él. Además, cada uno de nosotros tiene en su interior un fragmento de Dios, una chispa divina, que le permite acudir a los ángeles en busca de ayuda, ¡y esperar resultados! "
sábado, 4 de febrero de 2017
¿Qué antigüedad registrada tienen los Elementales?
Según las enseñanzas esotéricas, son más viejos aún que el hombre mismo sobre la Tierra. Ellos –habitantes, guardianes y consustanciados con los Elementos– existen como formas manifestadas desde que el mundo existe. Cuando este era tan solo una masa de gases radioactivos y materia incandescente, los Elementales del Fuego lo custodiaron; al aparecer los gases estables en su composición química y la época de los grandes vientos, los Elementales del Aire cuidaron de que la evolución de esos incipientes gases y su estratificación sobre la recién consolidada corteza terrestre, se volviese cada vez más apta para las formas de vida física que estaban planeadas. Cuando los gases se hicieron pesados y se precipitaron como las primeras aguas y estas cubrieron la casi totalidad del planeta, dando lugar a las primeras formas realmente materiales de vida, los Elementales del Agua trabajaron y fueron modificando el primitivo aspecto del líquido elemento, en aquel entonces fuertemente sobrecargado de materias pesadas en suspensión, cosa que le daba una característica casi coloidal en los asentamientos, mientras que las altas olas rozaban con sus espumas aún no blancas las nubes bajas y compactas. Más tarde, como inmensas tortugas aletargadas, surgieron los escudos continentales, y sobre ellos velaron los Elementales de la Tierra dándoles características de fertilidad y ayudando a la enorme población forestal, que posibilitó formas de vida superiores y la plasmación de la Humanidad misma. Cada cosa en el universo tiene su Espíritu Guardián. El planeta también lo tenía y a él obedecían las jerarquías de los Espíritus de la Naturaleza cuando empezaron los días y las noches. Aún lo tiene y lo tendrá hasta su desaparición. Es el Dyan-Chohan del Libro tibetano de Dzyan, el Alma Resplandeciente que rige la Tierra, o el Anima Mundi de los latinos (pues anima y mueve, y no hay que confundirlo con el espíritu o ego planetario del cual la Tierra física sería el cuerpo) Este conocimiento es milenario y no sabemos cuándo empezó. Desde el mencionado libro tibetano hasta todas las demás referencias de la Antigüedad nos hablan de estos procesos que a la sombra de nuestra alienación científica pueden parecernos cuentos para no dormir. Pero los Elementales, como esos que siendo pequeños y débiles pueden entrar en relación con los hombres, también llenan los libros viejos. Desde Súmer hasta Egipto y desde China hasta lo poco que sabemos de las culturas de América y del África negra, pasando por Polinesia y los habitantes de las zonas cercanas a los polos, y llegando a los siglos que nos precedieron en la civilización de Europa, los Espíritus de la Naturaleza tienen papel relevante en aquellas formas de vivir menos contaminadas y más naturales. Narraciones sobre genios, gnomos, ondinas, elfos y toda la extensa gama de Elementales llenan la Historia de la Humanidad de tal manera que sin ellos no sería igual su desarrollo ni su narración, como podemos comprobar desde el mito de Enkidu y Gilgamesh, pasando por la Odisea homérica, las sagas de Arturo y Merlín, hasta los que enseñaron a danzar a Isadora Duncan e inspiraron los vidrios de Gallé. Hasta hace muy poco, sus representaciones adornaron las proas de los navíos, y aún tienen cientos de estatuas en el mundo, bien en los parques, bien sobre las rocas que dan al mar. Las abuelas (en el tiempo en que los niños eran niños, los adultos, adultos y los ancianos, ancianos, bien estuviesen en posesión de títulos universitarios, de nobleza, o fuesen analfabetas) contaban a sus nietecitos, sobre los Espíritus de la Naturaleza,deliciosos cuentos donde los personajes eran ondinas, gnomos, hadas, elfos, de los que se describían características de forma y de vida, prodigios y apariciones. La misma creencia católica en un ángel de la guarda, que cuida a las criaturas hasta que cumplen los siete años, tiene raíces mucho más antiguas que el propio cristianismo, y desde la Arcadia hasta América todos creían que los niños, por su pureza y fragilidad, tenían un Espíritu Guardián que les evitaba muchos accidentes y protegía de las fieras, dándoles asimismo orientaciones para volver a sus casas cuando estaban perdidos. Lo más curioso de todo esto es que, en pueblos tan disímiles, los Espíritus de la Naturaleza se representan de manera semejante en sus distintas interpretaciones artísticas. En la tradición se habla de los mismos seres Elementales en la Europa Central del siglo XV que en el corazón de la India del segundo milenio a.C. Si tenemos en cuenta que muchos de estos grupos humanos no se conocían ni sospechaban su mutua existencia, el que hayan tenido tantos puntos de coincidencia en la descripción de los Elementales, nos lleva a márgenes que rebasan toda posible casualidad. Es evidente que todos vieron las mismas o muy parecidas cosas y que obraban de iguales maneras. Se los atraía, se los conjuraba, se los repelía o se los temía... pero siempre del mismo modo. Esto reafirma que estaban, diferentes pueblos, ante un mismo tipo de fenómeno y que por lógica unicidad humana lo trataban de parecida forma. Como ante un río todos hicieron puentes más o menos sofisticados, pero puentes al fin. Y si todos los pueblos antiguos han hablado de los ríos y de los puentes que construyeron sobre ellos, es evidente que los ríos eran una presencia real. Lo mismo vale para los Elementales que eran para todos los pueblos antiguos una presencia real, que llega hasta nuestros días a través del folklore y los viejos tratados.
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