El trámite de la oleada de vida de uno a otro reino no se efectúa en rigurosa continuidad, sino que se nota mucha latitud en la variedad, y así quedan no pocos huecos o solapaciones entre los reinos. Esto se ve más claramente en nuestra línea de evolución, porque la vida que llega a los niveles superiores del reino vegetal no pasa nunca a los inferiores del animal, sino que por el contrario, entra en éste por etapas bastante adelantadas. Así, por ejemplo, la vida que anima un robusto árbol forestal no descenderá jamás a animar un enjambre de mosquitos, ni siquiera una familia de roedores o de rumiantes. Estas formas animales están animadas por la porción de oleada de vida que salió del reino vegetal en el nivel de la dalia o del diente de león. En todo caso se ha de recorrer la escala evolutiva; pero parece como si la parte delantera de un reino fuese paralela a la zaguera del reino inmediatamente superior, de suerte que el tránsito de uno a otro se puede efectuar por distintos niveles según los casos.
La corriente de vida que entra en el reino humano esquiva por completo las etapas inferiores del reino animal; esto, es que la vida que ha de alcanzar el reino humano nunca se manifiesta en forma de insectos ni reptiles. Antiguamente entró en el reino animal por el nivel de los enormes saurios antediluvianos; pero ahora pasa directamente de las superiores formas vegetales a la de los mamíferos. De la propia suerte, cuando se individualizan los más adelantados animales domésticos, no han de humanizarse necesariamente por vez primera en la forma de primitivos salvajes. El siguiente diagrama muestra en ordenación sinóptica algunas de estas líneas evolutivas, aunque enmodo alguno las contiene todas, pues sin duda hay otras no observadas todavía, con multitud de maneras de pasar de una a otra por distintos niveles. Así es que el diagrama ( situado en la ultima
pagina de este libro ) se contrae a un amplio bosquejo del plan. Según se infiere del diagrama, en la última etapa convergen todas las líneas de evolución, o por lo menos para nuestra ensombrecida vista no hay distinción entre la gloria de los altísimos seres, aunque acaso si fuese mayor nuestro conocimiento podríamos completar el diagrama. De todos modos, sabemos que así como el reino humano está el grandioso reino de los ángeles o devas, y que la entrada en este reino es una de las siete puertas que se abren ante los pasos del Adepto.
Este mismo reino de los devas es la etapa superior de la evolución de los espíritus de la naturaleza, aunque en esto vemos otro ejemplo de los saltos o solapaciones a que antes aludimos, porque el Adepto entra en el reino dévico por la cuarta etapa, sin pasar por las tres inferiores, mientras que el espíritu de la naturaleza entra en el reino dévico por la primera etapa, o sea la de los devas inferiores. Al entrar en el reino dévico recibe el espíritu de la naturaleza la divina chispa de la tercera oleada de vida y logra así la individualidad, como la logra el animal cuando entra en el reino humano. Además, de la propia suerte que el animal sólo puede individualizarse poniéndose en contacto con el hombre, análogamente el espíritu de la naturaleza, para lograr la individualización, ha de ponerse en contacto con el ángel, servirle de ayudante y trabajar para complacerle, hasta que aprenda a trabajar como los ángeles. En rigor, los más adelantados espíritus de la naturaleza no son seres humanos etéreos o astrales, porque todavía no están individualizados, pero son algo más que un animal etéreo o astral, pues su grado de inteligencia es muy superior al de los animales, y en muchos puntos igual al del común de la humanidad.
Por otra parte, los espíritus de la naturaleza de orden ínfimo tienen limitadísima inteligencia, por el estilo de la de los pájaros-moscas, mariposas o abejas a que tanto se parecen. Según se ve en el
diagrama, los espíritus de la naturaleza abarcan un amplio segmento del arco de evolución, incluyendo etapas correlativas con todas las de los reinos vegetales, animal y humano, hasta casi en la que hoy está nuestra raza. Algunos tipos inferiores de espíritus de la naturaleza no tienen nada de estéticos; pero también ocurre lo mismo con las especies inferiores de reptiles de insectos. Hay tribus de espíritus de la naturaleza, no desarrollados todavía, de gustos groseros, y por lo tanto, su aspecto está en correspondencia con su etapa de evolución.
Las informes masas con enormes y rojas fauces que viven en las nauseabundas emanaciones etéreas de la sangre y del pescado podrido, son tan horribles a la vista como a la sensación de toda persona de mente pura. Igualmente repulsivas son las entidades rojinegras, semejantes a crustáceos rapaces, que planean sobre los lupanares, y los monstruos parecidos al octopus que apetecen regodearse en los vapores alcohólicos de las orgías y festines del beodo. Sin embargo, por muy repugnantes que sean estas arpías, no son dañinas de por sí ni se pondrán en contacto con el hombre, a menos que se degrade al nivel de ellas esclavizándose a sus bajas pasiones. Tan sólo los espíritus de la naturaleza de estas especies inferiores y repulsivas se acercan voluntariamente al hombre vulgar.
Otras de la misma clase, pero algo menos materiales, se gozan en bañarse en las groseras vibraciones levantadas por la cólera, avaricia, crueldad, envidia, celos y odio. Quienes cedan a estos innobles
sentimientos, se exponen a estar constantemente rodeados por las corroñosas coluvies del mundo astral, que unos a otros se atropellan con tétricas ansias de antesaborear un arrebato pasional, y en su ceguera hacen cuanto pueden para provocarlo o intensificarlo. Apenas cabe creer que tan horrosas entidades pertenezcan al mismo reino que los simpáticos y jubilosos espíritus de la naturaleza que vamos a describir.